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Diario YA


 

“No me gusta el arte que diviniza el ombligo de quien lo practica” Alejandro Jodorowsky

Pero… ¿Qué coño es lo que aplauden?

César Valdeolmillos Alonso

No puedo evitarlo. Cada vez que veo el vídeo que los fontaneros de la Moncloa prepararon para recibir a quien les había colocado allí, me parece estar contemplando al emperador Augusto entrar triunfalmente en el Olimpo, aplaudiéndose así mismo al tiempo que su figura protectora se alza sobre los beneficiados que servilmente le rodean, seviros augustales, encargados del culto al emperador, que a menudo había sido divinizado.


En cada aplauso; en cada mirada complaciente; en cada sonrisa servil; en todo lo que le rodea, el ególatra solo ve su propia imagen. Rodeado por su constelación de elegidos, se ve como la estrella polar que marca el rumbo del universo. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, él sabe que lo que ve no es más que pura ficción y artificio organizado para presentar, lo que no es más que un gran fracaso, como una rotunda victoria. Es su falso yo nacido de su gran vacío interior que quiere ocultar con el escudo de unos ilusorios aplausos; el miedo a que se resquebraje la máscara con la que se presenta y termine mostrando su verdadero rostro, lo que le hace estar siempre a la defensiva.
No hay nada más peligroso que la ambición desbocada de un ególatra, alimentada por la absoluta ausencia de valores. El envanecido se adentra en una carrera, en la que cuanto más corre y se apresura en su endiosamiento, tanto más le ciega la soberbia y el orgullo.
El ego no deja ver quien se es realmente. Solo muestra la imagen del personaje que se representa mientras la máscara social se deforma grotescamente con la hipócrita e interesada aprobación de quienes se benefician de la farsa. Por ello necesita conservar el control para mantenerse; vive apresado por el miedo y solo ejerciendo el poder, podrá sostenerse.
Por eso, cada vez que se produce la tragicómica entrada de los aplausos, desde lo más profundo de sí mismo, no puede uno más que preguntarse:
    Pero, ¿Qué coño es lo que aplauden?
¿Aplauden el que España haya sido uno de los tres países del mundo que más muertos por millón de habitantes ha sufrido a causa de la gestión que se ha hecho del Coronavirus?
¿Aplauden el que España haya batido el record de sanitarios contagiados por coronavirus superando los 52.700 infectados, de los cuales más de 60 han fallecido?
¿Aplauden la ausencia de material sanitario para combatir la pandemia, cuando más se necesitaba, a causa del nefasto resultado que dieron las oscuras compras que del mismo hizo el gobierno a empresas de muy dudosa garantía?
¿Aplauden el haber ocultado conscientemente la gravedad de la pandemia que se nos venía encima para poder cumplir su hoja de ruta ideológica y celebrar así las manifestaciones del 8M?
¿Aplauden el haber jugado con la vida de los ciudadanos al difundir mensajes, no solo desorientadores, sino absolutamente contradictorios, en ocasiones ignorando las previas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud?
¿Aplauden haber manipulado las cifras de muertos escondiéndolos bajo las alfombras para que no se les responsabilizase del resultado de la aplicación de una política sectaria?
¿Aplauden ser el país europeo con más contagios por coronavirus?
¿Aplauden la inhumana tragedia ocurrida en las residencias de ancianos de toda España —abandonados a su suerte y condenados de antemano a morir en la más absoluta soledad— cuando la responsabilidad de la gestión de las mismas estaba en manos del gobierno?
¿Aplauden cómo mentía descaradamente el gobierno cuando decía que sus interesadas decisiones políticas estaban basadas en los informes técnicos de un comité de expertos que jamás existió?
¿Aplauden el que a pesar de que España haya sido uno de los países en los que el virus más duramente ha golpeado, y en el que se han registrado las más altas tasas de víctimas, sea el país en el que se está produciendo el mayor número de rebrotes de la epidemia sin que el Gobierno central se dé por aludido?
¿Aplauden que las dramáticas consecuencias sufridas no parecen haber contribuido a que nos preparáramos para afrontar la tan previsible segunda ola?
¿Aplauden el coladero de contagios que supone la falta de un control sanitario eficaz en las entradas internacionales de nuestras terminales de transporte?
¿Aplauden que las consecuencias de la política errática que se viene practicando, sin otro plan establecido que el de debilitar las instituciones democráticas para afirmarse en el poder, hayan dado como resultado el hundimiento económico del país?
Las metas nunca deben provenir de la conveniencia del gobernante, sino de aquellos problemas que demandan solución.
¿Aplauden el haber tenido que llamar nuevamente a la ventanilla de Europa para evitar la quiebra del Estado?
¿Aplauden que a causa del ataque sistemático al turismo y a la industria del automóvil, hayan volado dos de los pilares fundamentales de la economía española?
¿Aplauden el abandono y desamparo en el que frente a Europa y frente al mundo, han dejado a los agricultores y ganaderos españoles, tercer pilar de la economía española?
¿Aplauden la absoluta falta de entidad de España en el contexto internacional, fruto de la debilidad de un Gobierno, que si se sostiene, será gracias al apuntalamiento económico de la Unión Europea?
¿Aplauden la cesión de soberanía que supone tener que aceptar las condiciones políticas y económicas impuestas por países con mucho menor peso específico que España, pero que han gestionado sus recursos en función de las necesidades de sus países respectivos en vez de despilfarrarlos en acciones solo comprensibles desde la improvisación y la aplicación de una filosofía marxista?
¿Aplauden la sangría social y económica que supone la incontrolable destrucción de empresas y el aumento de un millón de desempleados?
¿Aplauden el fomentar una España que malviva de los subsidios y desincentivar con ello el estímulo del trabajo?
¿Aplauden el incremento descontrolado de nuestro déficit y consecuentemente, el aumento desbocado del endeudamiento del Estado?
¿Aplauden el hipotecar y dejar sin futuro a las futuras generaciones, mediante las políticas ideológicas, sectarias, revanchistas y despilfarradoras?
Cuando se habla de más de 45.000 muertos, miles de los cueles se podían haber evitado con una gestión simplemente sensata, tampoco se piden milagros; cuando hablamos de miles de empresas desaparecidas por esa falta de previsión y de gestión adecuada; cuando hablamos de ese millón de parados en que se ha visto aumentada la cifra de los desempleados en este último trimestre; cuando hablamos de la inevitable ruina que con toda seguridad se cierne sobre todos nosotros en el próximo otoño, no estamos hablando de cifras anónimas: estamos hablando de seres humanos con nombre y apellidos que tienen seres queridos que se preocupan o dependen directamente de él; estamos hablando de esos abuelos que aun desempeñan un papel relevante y necesario en el seno familiar; estamos hablando de ese padre de familia, soporte de toda la estructura presente y futura de la familia; estamos hablando de esos jóvenes que en un momento dado ven truncadas todas sus ilusiones y proyectos de futuro; estamos hablando del futuro que van a heredar cuando lleguen a la edad de su jubilación, los que han entregado toda su vida a la sociedad.
¿En esto radica el progresismo que nos prometieron?
Ante este panorama, sanitario, social, económico —y por encima de todo humano—, esos aplausos reiterados una y otra vez a quien se trata de presentar como el dios del Olimpo, no solo resultan una mofa obscena; no solo resulta un espectáculo realmente patético, sino que con estupefacción, cabe preguntarse:
    Pero, ¿Qué coño es lo que aplauden?
¿Qué progreso le ha producido al sacrificado trabajador español el desenterramiento de Franco, el 8M, el reconocimiento de facto de Gibraltar como un Estado, o el ataque sistemático a la Corona?
En lugar de caer en una fingida y orgullosa autocomplacencia, deberían analizar el mucho y duro trabajo que queda por hacer.
Pero, ¡No! Prefieren crear problemas inexistentes con cuya solución mantener a la población en vilo.
Allí donde el mando es codiciado, y disputado en el propio seno del Gobierno, dónde solo prima la ambición de poder, no puede haber progreso, ni reinará la concordia.
Por ello, para ocultar esta triste realidad, el gobierno precisa del marketing, la propaganda, y auto aplaudirse. Solo les falta vestirse de lagarteranas, para intentar convencer a los ciudadanos, de aquello que sus hechos niegan.
No es cierto que sea la política la que convierte a un candidato en un corrupto. Es nuestro voto el que convierte a un corrupto en político, y los ciudadanos que eligen a políticos corruptos, no son víctimas, son cómplices.