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Diario YA


 

“La venganza es siempre un placer de los espíritus estrechos, enfermos y encogidos” Juvenal.

Obama y Kerry, vengativos y desleales con Trump

Miguel Massanet Bosch. Cuando, a finales del año 2011, el señor Rodríguez Zapatero, incapaz de hacerse cargo de una España a la que, él y su equipo de ministros, habían llevado al borde mismo del abismo de la quiebra soberana, decidió transferirles el “marrón” a sus adversarios del PP, simulando que en, el cambio de gobierno, el PSOE se había comportado de un modo caballeroso, colaboracionista y honesto para con su rival político; hasta los mismos populares alabaron la aparente buena fe de los gobernantes salientes.

Fue un gran engaño, una tomadura de pelo de dimensiones descomunales y una deslealtad maquinada por aquellos socialistas que lo único que buscaban era que el PP se diera de bruces nada más acceder a la nueva legislatura. Cuando el PP entró, con mayoría absoluta, en prácticamente todas las autonomías españolas, se dio cuenta de que lo que se les había pintado por el PSOE como una transferencia leal, en realidad, lo que escondía era una trampa detrás de la cual se ocultaban cajones llenos de facturas pendientes de pago y compromisos incumplidos, que no se habían atendido desde muchos meses antes de que se celebraran las elecciones del 20N del 2011.

Entonces, pensamos que sólo en nuestro país podían suceder cosas semejantes y que se trataba de un modo de actuar propio de las izquierdas que, al menos en nuestra nación, cada vez que han accedido al poder han acabado dejando a la nación hecha unos zorros; quedándoles a las derechas la ingrata y poco productiva tarea de intentar poner orden en todo aquello en lo que, sus adversarios políticos, habían creado confusión, caos y bancarrota. Sin embargo, hemos tenido ocasión de comprobar, en estos días pasados que, también en los EE.UU de América, en esta nación que siempre hemos considerado la cuna de la democracia, las izquierdas del país, allí representadas por los demócratas, también son capaces de actuar de espaldas a los intereses de la nación, con deslealtad a quienes, limpiamente (resaltamos esta circunstancia debido a que, los que han pretendido por todos los medios crear confusión al respecto, impugnando y pidiendo la revisión de los resultados en diversos estados de la Unión, intentando demostrar que había habido pucherazo en el recuento de votos, todo ello a favor del candidato ganador, el señor Donald Trump) ganaron, por un amplio margen de compromisarios, las elecciones presidenciales.

En realidad, ni el señor Obama era tan caballero como pretendía, tan correcto en sus relaciones con el nuevo presidente, señor Trump, ni tan generoso como parecía cuando, en su reunión de después de los comicios con el ganador Trump, se ofrecía a cooperar con él, pedía a los americanos que colaborasen con la nueva administración republicana y daba la impresión de que había aceptado con deportividad la victoria de su adversario del partido republicano ( si es que se lo podía considerar así debido al escaso, por no decir nulo, apoyo que el señor Trump recibió de los que, teóricamente, debían haber sido su soporte en todo el proceso electoral).

Contrariamente a esta imagen que Obama pretendía dar, de cara a la galería, de ser un buen perdedor ( en realidad la señora Clinton, la candidata, primero aceptó con elegancia su derrota felicitando a Trump y, más tarde, cuando vio la posibilidad de atacar a Trump mediante la solicitud de un recuento de votos, no le importó ensuciar su imagen, colaborando eficazmente al intento, aunque, la realidad fue que el intento acabó en un fiasco que, en nada, contribuyó a mejorar la mala imagen que ya tenían de ella sus conciudadanos americanos que la llevaron a perder, contra pronóstico, la presidencia de los EE.UU) ha sucedido todo lo contrario debido a que, en sus últimas decisiones, ha demostrado su falsa moral y su verdadera imagen.

Fuere como fuere, la realidad ha sido que, tanto Obama como el responsable del Departamento de Estado, señor John Kerry; en lugar de limitarse a la función que les correspondía de dirigir la nación sin poner en práctica decisiones o políticas que pudieran perturbar los proyectos del próximo responsable de la Casa Blanca, han acabado dando muestras de que su intención era ponerle trabas y crearle problemas al nuevo presidente de la nación; cuando se han dedicado, en un tour de force poco menos que inexplicable y, evidentemente, poco elegante y demostrando su mal perder, a favorecer, algo que nunca había sucedido, absteniéndose en la ONU en la votación de una resolución de condena contra el estado de Israel, por construir nuevos emplazamientos en la ciudad de Jerusalén.

Eran evidentes las pésimas relaciones existentes entre Barak Obama y Benjamín Netanyahu, algo inusual porque, desde la fundación del estado de Israel, en 1948, siempre habían sido los americanos los mejores valedores de sus protegidos judíos (influía mucho en ello el poderoso lobby judío existente en la gran nación americana) y nunca habían permitido, con su veto, que prosperase ningún ataque, contra la nación judía, desde la ONU. Otro motivo de enfrentamiento, sin que se le vea lo que de bueno le puede reportar en estos momentos, a los EE.UU, ha sido el anuncio de represalias contra los rusos basadas en lo que el mismo Putín ha negado, respecto a una supuesta intrusión de los servicios de inteligencia rusos para favorecer la candidatura del Donald Trump.

Un tema que, hoy en día, debía considerarse intrascendente ya que no va a tener ninguna influencia ni en el nombramiento de Trump como presidente ni, por supuesto, va a contribuir en modo alguno a una posible distensión en las relaciones ruso-americanas, que se daban por mejorables dada la buena sintonía que miembros del equipo del señor Trump y, el mismo, parece que sostienen; algo que pudiera contribuir a suavizar temas que, hoy en día, impiden que ambas superpotencias acaben de entenderse. Un ejemplo evidente lo tenemos en la falta de sintonía que las dos naciones mantienen en el caso de la lucha contra el yihadismo islámico, en naciones como Irak y Siria, y que, como es evidente, haya contribuido a que las operaciones bélicas contra el DAESH pudieran haber resultado más eficaces si, las dos naciones, en lugar de ponerse trabas entre ellas, se hubieran dedicado a lanzar operaciones conjuntas que, evidentemente, hubieran podido acotar la duración de esta guerra que amenaza con tener repercusiones en todas las naciones civilizadas de Occidente.

Claro que los efectos de semejantes actuaciones, a los finales del mandato de los Obama, son más bien simbólicos y, por ello más absurdas e improcedentes porque, ya ha anunciado, el señor Trump, que dentro de unos días, cuando se haga con el mando en los EE.UU, todas estas medidas tomadas in extremis para boicotear la toma de posesión del equipo de Trump, van a ser revocadas y sustituidas por lo que será la nueva orientación en política exterior que, sin duda, tal y como anunció, va a tener importantes efectos en el plano geopolítico mundial, algo que, seguramente, va a afectar a muchos países que, hasta ahora, pensaban que enfrentarse con los EE.UU de América, bajo el débil mando de un dubitativo Obama, poco eficaz e incapaz de actuar con energía ante los desafíos que ha tenido que afrontar, uno de ellos el de la guerra de Ukrania en la que, los rusos, lo pusieron a prueba; ante el cual lo único que hizo es dejar en manos de Europa el enfrentarse a Rusia cosa que, como ya se podía esperar, no ocurrió porque, en Europa, nadie estaba dispuesto a enfrentarse con el coloso ruso, y aún menos, naciones como Alemania que dependen del gas y el petróleo ruso para poder mantener calientes sus ciudades.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la desagradable e inquietante sensación de que hay algo que subyace por debajo de lo que son las relaciones oficiales entre las naciones del mundo, una especie de submundo en el que se mueven, en secreto, verdaderos lobbies que manejan los hilos sutiles, invisibles para la mayoría de los habitantes de la Tierra, entre los que se producen verdaderos choques de intereses que son, en definitiva, los que hacen que, hasta en los lugares más insospechados, se produzcan acontecimientos que, a la mayoría de nosotros nos pueden parecer casuales o inconexos, pero que, en definitiva, forman parte de planes minuciosamente trazados por las verdaderas fuerzas que se disputan la hegemonía del poder omnímodo sin que, las naciones, los gobiernos o los propios ciudadanos, sean más que simples piezas de un ajedrez maldito que juegan una partida cuyo final puede tener un epílogo en el que, lo mejor, es no pensar. En total ¿para qué?

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