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Diario YA


 

Lo curioso es que, en esto de los perdones históricos, siempre gallean quienes más tendrían que implorar la gracia y el olvido por sus atrocidades del pasado

MÉXICO: LAS PARADOJAS DEL PERDÓN

Manuel Parra Celaya.
    No sé si el señor Obrador, presidente de México, es un vulgar tonto con ventanas a la calle o si su exigencia al Rey de España para que pida perdón por la conquista, colonización, evangelización y mestizaje obedece a impulsos de más calado y obediencia debida.
    Quiero pensar que lo que ha ocurrido es que el señor presidente se ha sentido influenciado por el espíritu de esta Cuaresma y, en línea ortodoxa con la idea cristiana del perdón para que sean perdonados los pecados propios, ha pedido a Felipe VI que, por aquello de ser la autoridad moral sobre el Virreinato de Nueva España, empiece dando ejemplo para que él, a su vez, implore indulgencia retrospectiva por los sacrificios rituales de sus antepasados lejanos, los aztecas o mexicas, que sacrificaban prisioneros de las tribus vecinas en festivales que duraban tres meses y en los que se mataban entre 20.000 y 30.000 personas cada año (Imperiofobia. 19ª edición. M.ª Elvira Roca Barea. Pág. 317), hasta que un tal Hernán Cortés decidió acabar con aquellas sangrías; o quizás el Sr. Obrador quiera pedir perdón por sus predecesores cercanos del siglo XX, que quemaron, torturaron, crucificaron o fusilaron a 12.OOO católicos en los años de las Guerras Cristeras. No abundo en el tema porque ya el Premio Nóbel Vargas Llosa se ha encargado de responderle adecuadamente, empleando además una ironía casi gallega, como dicen en aquellos pagos.
    Lo curioso es que, en esto de los perdones históricos, siempre gallean quienes más tendrían que implorar la gracia y el olvido por sus atrocidades del pasado, que, por otra parte, son comunes a todo el género humano desde aquello de la quijada de asno del animal de Caín. Así, la Iglesia Católica de nuestros días viene echándose las culpas en su particular memoria histórica para proclamar a los cuatro vientos del progresismo que aquello de las Cruzadas y lo otro de la Inquisición estuvo pero que muy mal.
    Sin embargo, no hemos oído que los piadosos calvinistas, anglicanos de Eduardo e Isabel y luteranos de todas las observancias hagan recuento de las miles de víctimas católicas que masacraron desde sus respectivas fechas fundacionales. Y no decimos nada de la cuasi permanente guerra santa del Islam, en la que no existen más alternativas que la conversión al Corán o el aniquilamiento del infiel, porque hablar de ello está muy mal visto y me podrían acusar al instante de ser un islamófobo cualquiera.
    Si aterrizamos en la historia española y acudimos a ese revival de la guerra civil que puso en marcha el señor Rodríguez Zapatero y repone a diario el señor Sánchez, tampoco hemos escuchado, por ejemplo, que los titulares de las checas -cuyos herederos ideológicos y de siglas sientan a diario plaza de demócratas- hayan pedido perdón por sus atrocidades de retaguardia; o, de forma más concreta, que, con motivo de la persecución religiosa que empezó con el Golpe de Estado socialista contra la 2ª República en 1934 y se prolongó del 36 al 39, no se hayan elevado humildes solicitudes de perdón a los católicos, si tenemos en cuenta el número de obispos, sacerdotes, monjas y sencillos laicos que fueron asesinados.
    Y es que la cultura del victimismo afecta, por una parte, de forma necia y ridícula a la historia y, por otra, de forma más irracional y estúpida si cabe, al presente. Así, los padres tienen que pedir perdón a sus hijos, según el grado de severidad que empleen en sus correcciones, aunque de nada le ha servido a esa madre condenada por atizarle dos sopapos al gorrino de su hijo que no se quería duchar.
    Los profesores deben disculparse a diario ante alumnos suspendidos y familias reclamantes, que llegan a amenazar con enviar a sus abogados; y no es exageración, pues un servidor vivió está amenaza en el curso de su profesión hace pocos años…
    Resulta que la culpa de que los separatistas en Cataluña proclamaran las leyes de desconexión y proclamaran la república independiente fue del Estado español, aunque, en este caso, cabrían matizaciones, dada la lenidad y dejación de funciones de los encargados de mantener la unidad de España y hacer cumplir las leyes. Y la Policía Nacional y la Guardia Civil deben pedir perdón porque se empeñaron en que se cumplieran las órdenes de la Fiscalía de no permitir la charlotada del 1-0 y porque no cedieron al imperio de las masas desbocadas, que incluso asediaban los cuarteles.
    Ahora, los jueces del Supremo deberán terminar pidiendo perdón por haber sentado en al banquillo de los acusados a los protagonistas de aquel Golpe de Estado…
    Vivimos en un continuo despropósito, en el que los culpables son las víctimas, que exigen que sus verdugos les pidan perdón. En unos casos, como en el del infumable presidente mexicano, por haber España redactado las Leyes de Indias, por haber creado escuelas, universidades y hospitales, por no haber permitido que siguieran arrancando corazones con cuchillos de obsidiana; en otros, como el de padres y profesores, por pretender educar a los niños; en jueces y policías, por hacer cumplir las leyes,
    En fin, que cada uno conlleve sus culpas, haga sus penitencias y pida los perdones que considere oportunos; va a depender del grado de pusilanimidad, de acomplejamiento, de ignorancia o de tontería que rezuma por los poros de su conciencia políticamente correcta. Personalmente, como cristiano, estoy dispuesto a pedir perdón a quienes haya podido ofender, pero no a callarme cuando mis supuestos ofendidos lleven su cinismo hasta el punto de convertirme en idiota.
                                             

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