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Diario YA


 

CURIOSIDADES Y ANÉCDOTAS SOBRE LOS AÑOS BISIESTOS

PEDRO SÁEZ MARTÍNEZ DE UBAGO. El refranero español sentencia “año bisiesto, año siniestro”, "cuando bisiesto el año es, las hojas del olivo se vuelven del revés", “año bisiesto, hambre en el cesto”, “año bisiesto, prostitutas y tuertos, todo revuelto”. Y, en efecto, algunos años bisiestos fueron protagonistas de catástrofes y siniestros que marcaron un hito en la historia mundial, como es el caso del naufragio del Titanic (14 de abril de 1912). Y pensando en el 14 de abril, aunque 1931 no fue un año bisiesto, fue el día en que, a raíz de unas elecciones municipales en que obtuvieron minoría de votos, las izquierdas españolas dieron el primero de sus golpes de estado proclamando, sin ninguna legitimidad ni legalidad, la nefasta II República, cuyos desmanes darían comienzo a la Cruzada de Liberación Nacional de 1936, que sí fue año bisiesto. Otra guerra comenzada en año bisiesto fue la de Irán e Irak por los márgenes del Shatt al-Arab en 1980. Por lo que se refiere a nuestra historia, 1808 nos trajo la invasión francesa y 1812 la constitución germinada de una componenda de masones e ilustrados.
También en años bisiestos se perpetraron los dramáticos asesinatos de personajes como Mahatma Gandhi (1948), Martin Luther King (1968), John Lennon (1980) o Indira Gandhi (1984). Sin embargo, en la Historia ha habido tantas guerras, tantas tragedias, tantos crímenes, que lo improbables sería, más bien, que ninguno hubiera tenido lugar en un año bisiesto, como el corriente 2020, un año que el mundo ha iniciado con el corona virus y que para España no podría haber comenzado peor que con el actual gobierno de Pedro Sánchez, en coalición con los comunistas de Podemos y sus apéndices, así como con el apoyo, más o menos explícito, de los terroristas y sus amigos separatistas. Algo que bien puede hacer pensar en el mencionado golpe de estado del 14 de abril de 1931 y en el Frente Popular que lo sostuvo y, con sus crímenes y arbitrariedades, nos llevó al caos que desembocó en la necesaria y predecible Guerra Civil.
Pero centrándonos en lo que nos interesa, el origen y el porqué de los años bisiestos, tenemos que remontarnos a los romanos y al latín. Ya la propia palabra “Calendario” deriva de la voz latina “Calendae” con que se designaba al primer día de cada mes, voz proveniente a su vez del verbo “calo” <llamar> porque en ese día el pontífice máximo convocaba al pueblo a fin de anunciarle los días de fiesta religiosa, generalmente celebrados con espectáculos públicos y denominados “fasti”, en contraste con los días normales o “nefasti”.
Los meses romanos se regían por el ciclo lunar y tenían tres fechas fijas de referencia, correspondientes a las tres fases de la luna. Así las “calendae” o novilunio, correspondían al primero de cada mes; las Nonae se correspondían con el primer cuarto de la luna, y eran nueve días antes que los Idus, coincidentes con el plenilunio, correspondientes al décimo tercer día de enero, febrero, abril, junio, agosto, septiembre, noviembre y diciembre y al decimo quinto día de marzo, mayo, julio y octubre.
Así, antes del pontificado de Cayo Julio César, todos los años tenían invariablemente 365 días, aunque la Tierra tardara realmente 5 horas, 48 minutos y 48 segundos más en completar su movimiento de traslación en torno al sol, por cuya causa cada cuatro años venía a perderse cerca de un día. Por ello y con el fin de corregir este desfase, César dispuso en el año 45 a. de C. que el día 23 de febrero, en el calendario romano, el sexto día antes de las calendas de marzo, se repitiera cada cuatro años y de ahí proviene el nombre de año bisiesto [bis sextus].
Esta medida de Julio César hubiera sido perfecta si la Tierra tardara exactamente 365 días y 6 horas en orbitar alrededor del sol. Pero, como se ha apuntado, tarda 11 minutos y 12 segundos menos: 44 minutos al cabo de cuatro años y casi un día cada siglo. En consecuencia, desde la reforma de Julio César (calendario juliano) hasta el año 1580, la correspondencia entre la fecha y la estación se había desfasado unos 12 días tomando como referencia el equinoccio de primavera, es decir, el 21 de marzo.
Por esta razón, el boloñés Hugo Buoncompagni, quien reinó gloriosamente con el nombre de Gregorio XIII (25-V-1572 / 10-IV-1585) con el fin de ajustar mejor el calendario juliano, aconsejado por el Padre Clavius S. J. y el astrónomo y matemático Luigi Lilio, promulgó la bula Inter Gravissimas de 14 de septiembre de 1580, donde se decretaba que, por una parte, en el año 1582 se quitaran diez días al mes de octubre, de tal forma que al día cuatro le siguiese el día quince. Como anécdota, esto afectó particularmente a la historia de una monja abulense llamada Teresa de Cepeda y Ahumada, quien al morir en la noche del cuatro al cinco de octubre de ese año, es venerada como Santa Teresa de Jesús el día 15 de octubre.
Pero, volviendo al tema, por otra parte, el pontífice decretó también que, en principio los años múltiplos de 4 fueran los años bisiestos, salvo en el caso de los años centenares, excepto aquéllos cuyas dos primeras cifras sí fueran divisibles entre 4, comenzando por el año 1600, primer año centenar bisiesto del nuevo calendario, hoy todavía vigente para nosotros, denominado calendario gregoriano, surgido de la voluntad de aplicar el acuerdo del Concilio de Trento a fin de ajustar el calendario para eliminar el desfase producido desde el primer Concilio de Nicea (325) en el que se había fijado el momento astral en que debía celebrarse la Pascua y, en relación con ésta, las demás fiestas religiosas móviles.
Lo que importaba, pues, era la regularidad del calendario litúrgico, para lo cual era preciso introducir determinadas correcciones en el civil. Piénsese que, entre la reforma juliana del año 45 a. C. hasta el Concilio de Nicea del 325 habían transcurrido 370 años, dándose un adelanto de casi tres días en la datación, de manera que, en la fecha de celebración del concilio de Nicea los equinoccios sucedieron los días 21 de marzo y 21 de septiembre, mientras que los solsticios se produjeron los días 21 de diciembre y 21 de junio. No obstante, mientras rigió el calendario juliano, estos acontecimientos habían tenido lugar los días 24 de los respectivos meses. Como con el solsticio de verano y de invierno se corresponden la noche más corta y la más larga, las celebraciones paganas de estas efemérides nocturnas se han perpetuado, aunque cristianizadas bajo las advocaciones de San Juan Bautista (Noche de San Juan) y de la Navidad (Noche Buena), aunque ya no coinciden con dichos solsticios.
En virtud de esta bula, fue bisiesto el año 1600, y lo ha sido recientemente el año 2000, pero no lo fueron ni 1700 ni 1800 ni 1900, y no lo serán, Dios mediante, 2100, 2200 ni 2300, pero sí 2400, si en este tiempo no se acaba el mundo ni se produce ningún descubrimiento que lleve a disponer algo diferente.
El año bisiesto, como todo lo extraordinario, tiene mucho de mito y de leyenda y, aunque no se pueda saber cómo acabará el coronavirus, es bastante posibilista especular que Pedro Sánchez no acabe 2020 en el palacio de la Moncloa. Consideremos que en España, con el calendario gregoriano, 1212, 1492 ó 1512 hubieran sido años bisiestos, y recapacitemos en su importancia en nuestra historia nacional, unidad, fe, liberación y expansión, igual que el bisiesto 1936. Así que sigamos el consejo de Rubén Darío: “No dejes apagar el entusiasmo, virtud tan valiosa como necesaria; trabaja, aspira, tiende siempre hacia la altura”.

 

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